Should physicians think “unconsciously”?

It has become almost impossible to open a popular psychology book without coming across one or several chapters about the role of intuition and unconscious processes in decision making. If you haven’t heard about the “fast” System 1, “gut feelings” or decisions made in a “blink”, it might be difficult to beat your friends next time you play a trivia game. A common topic of this literature is that many of our daily decisions are based on automatic cognitive processes that we can hardly control and that remain out of consciousness. Some authors go one step further and suggest that, in fact, unconscious processes usually outperform deliberate thinking. Perhaps you have already heard that you should rely on your “gut feeling” when making complex financial decisions, like how to invest your savings. What you probably didn’t know is that some scholars are also starting to advise physicians to rely on their intuition to make better diagnoses. Read the post in Mapping Ignorance.

Si tu médico te dice que “piensa inconscientemente”…

Uno de los pecados más habituales de los divulgadores científicos es lanzarnos a colgar en nuestros blogs comentarios de los estudios más sexys que se publican sin pararnos a pensar si esos resultados serán sólidos o no. Desde luego, no merezco ser yo quien tire la primera piedra contra nadie. Si alguna vez he caído en ese error, y seguro que así ha sido, espero que el último artículo que acabo de publicar en Frontiers in Psychology con Olga Kostopoulou y David Shanks me redima de mis excesos.

Entre los hallazgos más intrigantes que se han publicado en los diez últimos años brilla con luz propia el llamado efecto de pensamiento inconsciente. Un estudio publicado en Science en 2006 sugería que cuando las personas nos vemos obligadas a tomar una decisión particularmente difícil, como elegir el mejor coche de un catálogo o decidir entre varios apartamentos, puede ser mejor dejar pasar un periodo de tiempo distraídas en otros asuntos que dedicar el mismo tiempo a pensar en el problema en cuestión. Este descubriendo encaja bastante bien con el actual interés por todo lo que tiene que ver con la intuición y los heurísticos. De hecho, es muy difícil abrir un libro de divulgación sin encontrarse referencias a estos famosos experimentos.

¿Demasiado bonito para ser cierto? Posiblemente sí. Muchos de los experimentos que han intentado replicar este efecto han fracasado estrepitosamente. Y se han publicado al menos dos  meta-análisis que sugieren que en los contados casos en los que se ha encontrado este fenómeno, podría no ser más que un falso positivo. A pesar de estas críticas, el entusiasmo por el pensamiento inconsciente no ha perdido un ápice de intensidad en los últimos años.

Tal vez te preocupe saber que, entre las muchas cosas para las que se ha sugerido que el pensamiento inconsciente podría ser útil, figura la toma de decisiones médicas. Como lo oyes. Según este punto de vista, cuando un médico tiene que decidir cuál es tu diagnóstico o cómo de grave es tu enfermedad, lo mejor que puede hacer es delegar la decisión en su “inconsciente”, especialmente si tu caso es complejo. Y, lo creas o no, hasta hace poco esta recomendación tenía cierto apoyo empírico. En 2010 se publicó un estudio en el que se observó que los estudiantes de psicología clínica hacían mejores diagnósticos después de un periodo de distracción que después de un periodo de reflexión equivalente. No es de extrañar que empezaran a publicarse artículos en revistas médicas sugiriendo que la carrera de medicina debía incluir asignaturas para educar la “intuición médica”.

Lo que estos artículos no mencionan es que ha habido al menos otros tres intentos de replicar el efecto de pensamiento inconsciente en toma de decisiones médicas y que ninguno de ellos ha tenido resultados positivos. Y no parece que estos resultados nulos se deban a falta de potencia estadística. Según el meta-análisis que acabamos de publicar, si uno toma en conjunto todos estos estudios sobre decisiones médicas, el efecto de pensamiento inconsciente no es estadísticamente significativo. De hecho, aplicando una sencilla técnica estadística conocida como Bayes Factor hemos podido comprobar que la mayor parte de los estudios realizados dan apoyo a la idea de que el efecto de pensamiento inconsciente no ha tenido lugar.

De modo que, para terminar la frase que abre este post, si tu médico te dice que toma sus decisiones basándose en la intuición, dile que lea esta entrada dos veces cuando baje la marea. Y, sí, cambia de médico.

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Vadillo, M. A., Kostopoulou, O., & Shanks, D. R. (2015). A critical review and meta-analysis of the unconscious thought effect in medical decision making. Frontiers in Psychology, 6, 636.

Bilingüismo y sus ventajas: ¿Exageración científica?

Se me ocurren muchas razones por las que merece la pena estudiar un nuevo idioma. Pero a juzgar por las conclusiones del artículo recién publicado por de Bruin, Treccani, y Della Sala (2015) en Psychological Science, tal vez deba tachar alguna de ellas de mi lista o al menos moverla más abajo. Durante los últimos años se ha hecho fuerte la idea de que el bilingüismo es una suerte de gimnasia mental que mejora diversas capacidades cognitivas, especialmente aquellas a las que se alude genéricamente con el nombre de control ejecutivo. Apenas puede uno abrir un volumen de cualquier revista de psicología sin encontrarse un artículo sobre el tema. Como no podría ser de otra forma, la idea se ha abierto camino rápidamente en la cultura popular y muy especialmente en el mundo de la educación. Los medios de comunicación también se han hecho eco de esta idea, con, por ejemplo, “¿Por qué los bilingües son más inteligentes?” (La Vanguardia, 2012), “El bilingüísmo mejora la atención” (El País, 2007) o “El bilingüismo protege el cerebro” (El Mundo, 2014). Continúa leyendo en Rasgo Latente

¿Quién es feliz en Londres?

No, no se asusten. No me ha dado un ataque de melancolía. Mamá, estoy bien. Casualmente acabo de encontrarme con un artículo recién publicado en PNAS cuyos autores utilizan la ciudad de Londres más o menos como los biólogos usan esos terrarios gigantes para estudiar el comportamiento de hormigas, termitas y bichos dispares. Cualquiera que haya tenido que salir de su barrio alguna vez en la vida se habrá percatado de que cada zona geográfica tiene un carácter diferente, marcado por la personalidad de quienes viven allí, su nivel socioeconómico y hasta la geología y el clima del lugar. Lógicamente algunos de estos lugares se ajustan más a nuestras peculiaridades que otros, y no es extraño que cada uno de nosotros aspire a vivir en determinado lugar para ser más feliz. ¿Pero exactamente cómo se relacionan nuestra personalidad, el carácter del lugar que habitamos y la felicidad? Qué mejor lugar para responder a esta pregunta que Londres, donde en un puñado de kilómetros cuadrados conviven las personas más diversas en los barrios más heterogéneos. Apenas unos metros separan el bullicioso mercado de Camden del sosegado Hampstead. Y en cualquier local de comida rápida se puede ver compartir mesa a los más despiadados ejecutivos de la City con los futuros reclutas del estado islámico.

El estudio que firman Markus Jokela y colaboradores se basa en una metodología sencilla pero ingeniosa. Pidieron a nada menos que 52.000 vecinos del área metropolitana de Londres que rellenaran un cuestionario diseñado para medir los cinco factores de personalidad (los famosos Big Five: apertura a la experiencia, responsabilidad, extroversión, amabilidad y neuroticismo) y otro pequeño cuestionario para medir la satisfacción con la vida en general. Dentro de cada distrito postal hicieron una regresión múltiple para predecir la satisfacción vital a partir de las puntuaciones en los cinco factores de personalidad. Como te puedes imaginar, los resultados de estas regresiones no fueron idénticos en todos los distritos: algunas características de personalidad resultaron ser buenas predictoras de la satisfacción en todos los distritos, pero otras características correlacionaban con la satisfacción sólo en algunos lugares. La pregunta que los autores se hicieron es ¿qué aspectos de un distrito hacen que un factor de personalidad contribuya más o menos a la felicidad de sus habitantes?

Los resultados muestran que hay dos factores de personalidad que correlacionan con la felicidad de forma generalizada, independientemente del lugar en que uno viva. Se trata de los factores extroversión y neuroticismo. Las personas extrovertidas y emocionalmente estables tienden a ser más felices y más o menos en el mismo grado en cualquier lugar de Londres. Sin embargo, el resto de factores contribuye más o menos a tu felicidad según dónde vivas. Si vives en el centro de Londres, rodeado de personas de todas las nacionalidades y de las gastronomías más atrevidas (aunque en Londres todas lo son, en un sentido u otro), tu felicidad dependerá en buena medida de si eres una persona abierta a la experiencia o no. Interesante, pero ninguna sorpresa hasta aquí: Básicamente, las personas abiertas a la experiencia son más felices donde viven otras personas abiertas a la experiencia. Lo interesante es que los otros dos factores de personalidad no funcionan de esta manera. La amabilidad y la responsabilidad son buenos predictores de la felicidad en los barrios en los que la felicidad escasea y las condiciones de vida son menos favorables. De hecho, la responsabilidad correlaciona con la felicidad (y esto es lo interesante) en los distritos donde la gente tiende a puntuar bajo en responsabilidad. O, en otras palabras, en el país de los ciegos el tuerto es el rey.

Según los autores, estos resultados confirman las predicciones de un modelo en el que algunos factores de personalidad (como la extroversión y el neuroticismo) están asociados directamente con la felicidad, mientras que otros factores (como la responsabilidad y la amabilidad) están asociados con la felicidad por su valor instrumental. Es decir, mientras que la extroversión y el neuroticismo son en sí mismas fuentes de felicidad, la responsabilidad y la amabilidad son útiles como medio para conseguir otras cosas que son a su vez fuente de felicidad. El grado en que estas “habilidades” son necesarias depende en gran medida de las condiciones más o menos favorables en las que nos haya tocado vivir, lo que explicaría que su contribución neta a la felicidad dependa de las circunstancias.

Una de las principales limitaciones del estudio es que nos dice poco o nada sobre qué hace felices a las personas en otros barrios de Bilbao. Pero, en fin, nadie es perfecto.

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Jokela, M., Bleidorn, W., Lamb, M. E., Gosling, S. D., & Rentfrow, P. J. (2015). Geographically varying associations between personality and life satisfaction in the London metropolitan area. Proceedings of the National Academy of Sciences, 112, 725-730.

Cómo enviar tus recuerdos a la papelera de reciclaje

Salvo que tu vida haya sido un cuento de hadas, alguna vez habrás querido borrar de tu memoria un recuerdo insoportable. Quizá preferirías olvidar aquel día en el que viste a tu pareja serte infiel o la muerte de tu madre tras una larga y dolorosa enfermedad. Incluso si has sido la persona más feliz del mundo, tal vez no te importaría borrar de tu memoria aquel instante en el que viste morir a tu cachorro Larry atropellado por un autobús escolar cuando tenías apenas 7 años. La imagen de Larry destripado mirándote indefenso mientras el fino hilo de su vida se rompía te asalta en las noches de tormenta y te mantiene en vela durante interminables horas.

Lo que hoy en día sólo es ciencia ficción podría ser una realidad en un futuro no tan lejano. Los estudios sobre un interesante fenómeno conocido como reconsolidación podrían tener la clave para modificar recuerdos traumáticos como estos. Según las teorías tradicionales, para que un recuerdo se almacene en la memoria a largo plazo es necesario que tenga lugar un proceso de consolidación que puede llevar horas o días. Durante este intervalo, ese recuerdo se encuentra en un estado lábil y fácilmente alterable. Cualquier interrupción de este proceso (por ejemplo, mediante drogas o eletroshocks) puede hacer que el recuerdo se pierda o se almacene de forma imperfecta.

Hasta hace poco tiempo se pensaba que la consolidación tenía lugar una única vez. Pero la investigación reciente sugiere que este proceso podría tener lugar de nuevo cada vez que recordamos cierta información. De ahí el nombre de reconsolidación para referirse al proceso por el que un recuerdo se consolida repetidamente cada vez que es activado. Esto supone que cada vez que pensamos de nuevo en aquel día en que Larry murió estamos volviendo a poner ese recuerdo en el mismo estado lábil y maleable en el que estaba durante el proceso de consolidación. En principio, si se interrumpe este proceso de reconsolidación, se podría borrar o atenuar ese recuerdo.

El fenómeno de la reconsolidación está bien establecido en la investigación con animales. Sabemos que si enseñamos algo a un animal (por ejemplo, a encontrar la salida de un laberinto o que cierto estímulo va seguido de algún evento desagradable) y reactivamos ese recuerdo días después, durante la reconsolidación se puede borrar esa información inyectando al animal sustancias que bloquean la síntesis de proteínas en el cerebro. Sin embargo, la experimentación con humanos no ha arrojado resultados tan concluyentes por diversos motivos. Muchas de estas sustancias son tóxicas y no pueden utilizarse en la investigación con personas. Eso ha llevado a utilizar métodos alternativos cuyos resultados son controvertidos y poco claros.

Kroes y colaboradores acaban de publicar en Nature Neuroscience un estudio que es hasta la fecha la mejor evidencia de reconsolidación en humanos. Para su estudio, utilizaron una muestra de pacientes con depresión severa que estaban siguiendo una terapia electroconvulsiva (TEC) de forma regular. En la primera sesión del experimento les mostraron información sobre dos historias diferentes. Una semana más tarde volvieron al laboratorio y se les pidió que recordaran brevemente parte de la información sobre una de las historias. A continuación se les administró una sesión de TEC. Veinticuatro horas después volvieron al laboratorio y completaron un sencillo examen sobre las dos historias que habían memorizado una semana antes. Los resultados muestran que los participantes habían olvidado muchos más detalles de la historia que habían “refrescado” justo antes de la TEC. Sin embargo, el recuerdo de la otra historia se mantenía intacto. Estos resultados no se observaban en otros dos grupos de control que o bien no habían recibido la TEC o bien cuyos recuerdos habían sido examinados antes de que el proceso de reconsolidación hubiera tenido lugar.

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Kroes, M. C. W., Tendolkar, I., van Wingen, G. A., van Waarde, J. A., Strange, B. A., & Fernández, G. (2014). An electroconvulsive therapy procedure impairs resconsolidation of episodic memories in humans. Nature Neuroscience, 17, 204-206.

Las apariencias engañan, o por qué es mejor no cambiar de respuesta en un examen tipo test

Si eres aficionado a los blogs de ciencia, seguramente habrás leído una y mil veces que la correlación no implica causalidad. Lo que tal vez no hayas leído es que a veces una correlación puede llegar a ocultar una relación causal de signo contrario. Uno de los mecanismos que puede dar lugar a esta situación es lo que en estadística se conoce como paradoja de Simpson. Posiblemente el ejemplo más famoso de esta paradoja lo proporciona una demanda planteada a la Universidad de Berkeley por aplicar una política sexista de admisión de estudiantes. La demanda se basaba en que las estadísticas de la universidad mostraban que los hombres tenían más probabilidades de ser admitidos en la universidad. Sin embargo, cuando los responsables de la universidad desglosaron los datos por departamento, se observó que en realidad no había sesgos contra las mujeres en ningún departamento. Si acaso, la tendencia era la contraria: dentro de cualquier departamento, las mujeres tenían una pequeña ventaja sobre los hombres.

¿Cómo es posible que los datos de cada departamento mostraran una ventaja paras las mujeres y que los datos de la universidad en su conjunto mostraran una ventaja para los hombres? La explicación es que las mujeres echaban más solicitudes para los departamentos más complicados. Seguramente, Rafa Nadal ha perdido muchos más partidos de tenis que yo. Pero yo sólo he jugado contra mi hermano cuando tenía 7 años y Rafa Nadal ha jugado contra los mejores jugadores del mundo. Lo mismo sucedía con los hombres y las mujeres que solicitaban ser admitidos en Berkeley. Los datos mostraban que las mujeres tenían más interés por jugar en la primera liga.

Hace pocos días acabo de descubrir que esta paradoja podría tener la respuesta para uno de los problemas que más preocupan a la humanidad. Cuando estamos haciendo un examen tipo test, ¿debemos cambiar de respuesta si nos entran dudas? La sabiduría popular dicta que en caso de duda, es mejor ceñirse a nuestra respuesta original. Si el instinto nos dice que la respuesta correcta era la A, mejor no cambiar esa respuesta. Sin embargo, varios estudios científicos parecen mostrar que la intuición se equivoca: Tomados en su conjunto todos los datos, la probabilidad de acertar parece ser mayor para las personas que cambian de respuesta que para las que no.

Pues bien, según un estudio de van der Linden y colaboradores, esta aparente contradicción podría deberse a una paradoja de Simpson. Al parecer, es cierto que las personas que sacan mejores notas son también quienes más cambian de respuesta en los exámenes. A nivel grupal, esto produce una correlación entre cambiar de respuesta y sacar mejores notas. Pero esto no quiere decir que cambiar de respuesta mejore las notas. Si se mantiene constante la habilidad de los participantes, entonces la tendencia que se observa es la contraria: Si dos estudiantes son igual de buenos, entonces el que cambia menos de respuesta es el que saca mejores notas.

El ejemplo parece muy diferente al de la universidad de Berkeley. Sin embargo, se trata exactamente del mismo problema. Los datos parecen sugerir una correlación cuando se ignora un factor (los departamentos en el caso de la universidad y la habilidad de los estudiantes en el caso de los exámenes), pero la correlación es la contraria cuando ese factor se tiene en cuenta. Si el tema te interesa, estos y otros ejemplos los podrás encontrar en una magnífica introducción al tema que acaban de publicar Kievit y colaboradores en Frontiers in Psychology.

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Kievit, R. A., Frankenhuis, W. E., Waldorp, L. J., & Borsboom, D. (2013). Simpson’s paradox in psychological science: A practical guide. Frontiers in Psychology, 4, 513.

van der Linden, W. J., Jeon, M., & Ferrara, S. (2011). A paradox in the study of the benefits of test-item review. Journal of Educational Measurement, 48, 380-398.

Manos calientes y jugadores falaces

Una creencia popular del mundo del baloncesto es que de vez en cuando algunos jugadores entran en racha y que cuando eso sucede lo mejor que pueden hacer sus compañeros de equipo es pasarle la pelota al afortunado tan pronto como les sea posible. En casi todos los libros de texto este fenómeno, conocido como “la mano caliente”, aparece como un ejemplo de superstición, fruto de nuestra tendencia a percibir patrones donde sólo hay ruido y azar. Sin embargo, también se han publicado estudios que defienden que la mano caliente es un fenómeno real que tiene lugar en terrenos tan diversos como el golf, los dardos o incluso las apuestas por internet. Los resultados de un ingenioso estudio de Juemin Xu y Nigel Harvey se decantan por esta segunda opción.

Estos autores solicitaron a una empresa de apuestas por internet que les facilitara los datos de una muestra de jugadores de diversos países. Gracias a ello pudieron obtener información sobre más de medio millón de apuestas realizadas por 776 jugadores. El análisis de estos datos muestra claramente que un jugador tiene más probabilidades de ganar cuantas más veces seguidas haya ganado anteriormente. Es decir, si el jugador ha ganado una vez, tiene más probabilidades de ganar una segunda vez. Si ha ganado dos veces, tiene más probabilidades de ganar una tercera. Y así sucesivamente.

Sin embargo, el mecanismo por el que esto sucede es totalmente paradójico. A medida que los participantes ganan más y más veces, empiezan a arriesgarse menos en sus apuestas. Es como si creyeran que cuantas más veces han ganado, tanto más probable es que su suerte cambie para peor. Esta creencia es lo que en la literatura psicológica se conoce como falacia del jugador. El ejemplo clásico sería el de una persona que cree erróneamente que después de tirar una moneda al aire cinco veces y obtener cinco caras consecutivas lo más probable es que la siguiente tirada salga cruz. Al parecer esto mismo es lo que creen quienes juegan a las apuestas: A medida que van ganando más y más veces consecutivas, empiezan a pensar que en la siguiente apuesta podrían perder, y por tanto cada vez hacen apuestas menos arriesgadas. El resultado es que como arriesgan menos, en realidad tienen más probabilidades de ganar. Y paradójicamente esto hace que cuantas más veces seguidas hayan ganado, más aumentan las probabilidades de que vuelvan a ganar en la siguiente apuesta.

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Xu, J., & Harvey, N. (2014). Carry on winning: The gambler’s fallacy creates hot hand effects in online gambling. Cognition, 131, 173-180.

El efecto placebo del sueño

Los medicamentos son más eficaces si vienen en píldoras rojas que si vienen en píldoras blancas. Las inyecciones funcionan aún mejor que las pastillas. También son más efectivas las medicinas caras y las que tienen una marca conocida frente a sus equivalentes genéricos. Si el hombre viviera sólo de pan, ninguna de estas cosas debería influir en nuestra salud. Pero el ser humano es una máquina compleja, con muchos botones y un manual de instrucciones voluminoso. A veces las expectativas y la imaginación cuentan tanto como la química. El impacto del efecto placebo no termina en el ámbito de la medicina. Basta con recordar a los trabajadores de un negocio que su actividad diaria tiene efectos positivos sobre la salud para que a lo largo del mes siguiente se reduzcan su índice de masa corporal o la presión arterial. Incluso el rendimiento de una persona en el gimnasio aumenta si le damos una bebida isotónica que no tiene más propiedades que un precio elevado. Si alguna vez te has sentido más enérgico de lo normal después de haber disfrutado de un sueño reparador, tal vez también en este caso te estés beneficiando del efecto placebo sin saberlo. Según un estudio que acaban  de publicar Christina Draganich y Kristi Erdal, nuestro rendimiento cognitivo se ve alterado en función de cómo de bien creemos que hemos dormido la noche anterior. Continúa leyendo en Psicoteca

Cerebros desconectados en la dislexia

Piensa en cuántos mensajes escritos has leído desde que te despertaste esta mañana. Si te pareces a mí, tal vez hayas tomado tu primera taza de café mientras consultabas el correo electrónico o los chascarrillos del Facebook. Casi todo el trabajo que te espera en la oficina aparecerá escrito en una pantalla. Y si no llegas a leer ese SMS a tiempo, posiblemente te perderás el par de cervezas que tus compañeros planean tomar a la salida del trabajo. En una sociedad hiperalfabetizada, tener problemas de lectura puede ser tan limitante como no tener mano derecha. Y sin embargo son muchas las personas que padecen dificultades severas para leer, a pesar de haber recibido una instrucción adecuada y tener una inteligencia normal. Al parecer no existen datos fiables sobre la prevalencia de la dislexia en nuestra sociedad, pero algunos estudios señalan que podría afectar hasta a un 5-10% de la población.

Tradicionalmente se han propuesto dos tipos de explicaciones para explicar qué está alterado en la mente de un disléxico. Según una explicación popular, estas personas no dispondrían de buenas representaciones fonéticas de los sonidos que se utilizan en su idioma. Por ejemplo, para aprender a leer es necesario saber diferenciar claramente sonidos parecidos, como la “d” o la “t”. Y al contrario, es necesario detectar que una “c” pronunciada de forma distinta por dos personas se refiere, no obstante, al mismo fonema. También hace falta ser muy sensible al orden en que se presentan los sonidos. Según esta teoría, todas las representaciones mentales que sirven de apoyo para hacer estas clasificaciones y categorizaciones estarían comprometidas en la dislexia. Sin embargo, según una teoría alternativa, las representaciones fonéticas estarían intactas en la dislexia, pero serían menos accesibles. Desde este punto de vista, los disléxicos no tendrían mayores problemas para categorizar correctamente los sonidos del habla. Pero sí podrían ser menos eficientes al utilizar esta información.

Según un interesante estudio que acaba de publicar un equipo de investigadores belgas en la prestigiosa Science, los datos neurológicos parecen respaldar esta segunda explicación. Los participantes del estudio en cuestión tenían que realizar sencillas tareas de discriminación fonética mientras se escaneaba el funcionamiento de su cerebro. Durante el experimento, las áreas cerebrales que se encargan del procesamiento fonológico funcionaron perfectamente tanto en los participantes disléxicos como en los controles: cada vez que se presentaba un sonido determinado se producía un patrón de activación consistente y diferenciado del que producían otros sonidos. Los dos grupos también realizaron la tarea con un grado de precisión parecido. Por tanto, no hay razón para pensar que las representaciones fonéticas de los disléxicos eran diferentes de las de los participantes sin problemas de lectura. Sin embargo, al analizar la conectividad de los cerebros, se encontró que en los disléxicos había menos coordinación en los patrones de activación de 13 áreas cerebrales que se consideran fundamentales para el procesamiento de fonemas. Más aún, el grado de descoordinación de estos patrones correlacionaba con el rendimiento de cada participante en una serie de pruebas psicológicas diseñadas para medir su capacidad de lectura, deletreo, conciencia fonológica y fluidez léxica. Estos datos sugieren que, efectivamente, las conexiones de algunas áreas cerebrales críticas para la lectura podrían ser menos funcionales en el caso de los disléxicos.

Posiblemente este estudio no termine con el debate de si la dislexia se debe a un problema de representaciones fonéticas o un problema en la accesibilidad a las mismas. Aunque los resultados avalan la segunda interpretación, quedan sin explicar todos los resultados de investigaciones previas que parecían más consistentes con la idea de que las representaciones fonéticas podrían estar afectadas. Además, este estudio se realizó íntegramente con participantes adultos, lo que plantea la duda de si sus resultados podrán extrapolarse al desarrollo de la dislexia en la infancia. En cualquier caso, los resultados del estudio suponen un nuevo estímulo para la investigación de un trastorno que, aunque rara vez salte a las pantallas de los medios de comunicación, puede ser tan grave como cualquier enfermedad crónica o tal vez más.

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Boets, B., de Beeck, H. P. O, Vandermosten, M., et al. (2013). Intact but less accesible phonetic representations in adults with dyslexia. Science, 342,  1251-1254.

La buena literatura entrena nuestra capacidad de entender a los demás

Si fueras un Yanomamö, tendrías aproximadamente un 50% de probabilidades de morir en un enfrentamiento violento con un grupo rival. Si decides viajar arbitrariamente en el tiempo y en espacio, tus posibilidades de morir a manos de otra persona serán algo mayores o menores, pero en ningún caso se acercarán a la confortable seguridad de la que disfrutas en el calor de tu hogar mientras lees estas líneas. Tanto es así que podría decirse que a lo largo de la historia el asesinato ha sido la principal causa de “muerte natural”. En su fantástico libro Los ángeles que llevamos dentro, Steven Pinker especulaba sobre las razones que han llevado a nuestra sociedad occidental a disfrutar de los niveles más bajos de violencia que se han conocido bajo la faz de la tierra. Una de sus hipótesis más atrevidas era que el consumo habitual de películas y libros de ficción podría estar alimentando nuestra capacidad para entender a los demás, sentir empatía por ellos y controlar nuestros impulsos más violentos. Apenas hace unas semanas se publicaba en Science un estudio de David Kidd y Emanuel Castano que apoya esta idea. En varios experimentos estudiaron cómo cambia nuestra Teoría de la Mente –es decir, la capacidad para identificar y entender los estados subjetivos de otras personas– como resultado de leer buena literatura. En estos experimentos, los participantes debían leer primero un texto literario, un texto de ficción popular, o un ensayo. Posteriormente, realizaban varias pruebas psicológicas que medían su capacidad para entender los pensamientos y los sentimientos ajenos, y también se medía su familiaridad con la literatura en general. Los dos resultados más consistentes de la serie de experimentos son (a) que los participantes que leyeron obras de ficción buenas puntuaron más alto en su comprensión de los sentimientos ajenos que los participantes que leyeron best-sellers de escasa calidad literaria o ensayos y (b) que los participantes que ya de partida estaban más familiarizados con la literatura también puntuaban más alto en estas capacidades. Los resultados no dejan tan claro si la capacidad de entender los pensamientos (en lugar de los sentimientos) ajenos también mejora como resultado de leer buena literatura, aunque alguno de los experimentos así lo sugiere. A la luz de esta evidencia, hacen bien quienes temen a los hombres de un único libro, sobre todo si es un best-seller barato.

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Kidd, D. C., & Castano, E. (2013). Reading literary fiction improves theory of mind. Science, 342, 377-380.

Los valores neoliberales corrompen hasta en la escuela

En una sociedad que valora más el éxito personal que el bien común y que antepone el poder a la justicia no debería sorprendernos que los casos de corrupción llenen los titulares de los periódicos. Algunos estudios sugieren que la motivación de logro y la motivación de poder son la cara individual de lo que a nivel colectivo llamamos capitalismo o economía de libre mercado. Según parece, el grado en el que la política de un país está comprometida con el neoliberalismo correlaciona significativamente la importancia que sus ciudadanos dan al éxito y al poder. Un estudio reciente que Pulfrey y Butera acaban de publicar en Psychological Science muestra que estos mismos valores son un excelente predictor de la predisposición de un estudiante a hacer trampas en la universidad.

El primer estudio de Pulfrey y Butera es un análisis correlacional de los factores motivacionales que llevan a los estudiantes a justificar que se hagan trampas. Los resultados de este estudio indican que la importancia que cada estudiante da al éxito, predice hasta qué punto su motivación para estudiar es que los demás tengan buena impresión de él. Esto, a su vez, predice hasta qué punto le importa destacar sobre el resto de estudiantes. Finalmente, este afán de distinguirse de los demás correlaciona positivamente con la predisposición a tolerar que se hagan trampas al realizar trabajos académicos o exámenes.

El segundo estudio añade una manipulación experimental que ilustra la importancia del contexto en este proceso. Antes de rellenar los cuestionarios, la mitad de los participantes contempló un breve discurso en el que un premio Nobel de economía destacaba la importancia de la ambición, la influencia y el reconocimiento social. La otra mitad veía un discurso centrado en la trascendencia personal, la responsabilidad y la sabiduría. Los resultados muestran que sólo en el primer grupo se mantuvo la correlación entre auto-engrandecimiento y tolerancia a las trampas. En otras palabras, las personas que más valoran el logro y el poder también son las que más toleran las trampas en la universidad, pero sólo en contextos en los que esos valores son alentados.

El tercer estudio tiene un interés especial porque se midió, no la tolerancia a las trampas, sino el grado real en el que los participantes falseaban un ejercicio académico. En este caso se pidió a los estudiantes que realizaran una simple tarea en la que tenían que copiar una serie de figuras geométricas sin levantar el lápiz del papel y sin repetir ninguna línea. Aunque todos los ejercicios se parecían superficialmente, algunos de ellos podían resolverse pero otros no tenían solución: era imposible dibujar la figura sin hacer trampas. Sin embargo, al terminar el experimento resultaba que algunos estudiantes habían sido capaces de “resolver” todos los problemas, incluso aquellos que no tenían solución. Llegados a este punto, a nadie sorprenderá que el número de problemas imposibles que cada participante resolvía (haciendo trampas) correlaciona con la importancia que ese estudiante daba al éxito y al poder.

Los estudiantes de hoy serán los políticos y economistas del mañana. Salvo que nos replanteemos qué valores queremos transmitir a nuestros hijos y alumnos, posiblemente el futuro se acabará pareciendo sorprendentemente al peor de los presentes.

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Pulfrey, C., & Butera, F. (in press). Why neoliberal values of self-enhancement lead to cheating in higher education: A motivational account. Psychological Science. doi: 10.1177/0956797613487221

Cómo crear falsos recuerdos

El artículo que ayer mismo publicaban en Science Steve Ramirez y sus colaboradores es un pequeño paso para un equipo de investigación, pero un gran paso para la neurociencia. En sus líneas generales, el estudio muestra que si uno sabe en qué área del cerebro está codificado un estímulo, entonces es posible crear falsos recuerdos activando artificialmente ese punto del sistema nervioso. En concreto, Ramirez y colaboradores buscaron primero qué partes del hipocampo se activaban cuando los ratones exploraban un contexto novedoso A. Posteriormente, se sometió a las ratas a un sencillo procedimiento de condicionamiento del miedo en un contexto B. Se trata simplemente de dar pequeñas descargas eléctricas a las ratas mientras están en una jaula que hace las veces de contexto B. Aunque las descargas suelen ser muy ligeras, las ratas aprenden rápidamente a evitar esa jaula. Gracias a esa evitación y a otras medidas del miedo, es posible saber si la rata recuerda que en el contexto B se produjeron descargas eléctricas. Lo interesante de este experimento es que mientras se estaba produciendo el condicionamiento en el contexto B, los investigadores activaron artificialmente la parte del hipocampo que codifica el contexto A. Esto puede hacerse gracias a una serie de técnicas optogenéticas que permiten activar partes concretas del cerebro con una resolución espacio-temporal muy alta. En principio estas ratas no fueron condicionadas en el contexto A y por tanto no deberían tener miedo al contexto A. Sin embargo, en una prueba posterior se vio que las ratas sí que aprendieron a tener miedo del contexto A: activar las neuronas del contexto A fue suficiente para “engañar” al cerebro de las ratas y hacerlas pensar que mientras recibían las descargas estaban realmente en el contexto A.

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Ramirez, S., Liu, X., Lin, P.-A., Suh, J., Pignatelli, M., Redondo, R. L., Ryan, R. J., & Tonegawa, S. (2013). Creating false memories in the hippocampus. Science, 341, 387-391.

De la correlación a la causalidad en la neurociencia del aprendizaje

Durante los últimos años han sido muchos los experimentos de neurociencias que han confirmado un supuesto fundamental de las teorías clásicas del aprendizaje asociativo: el aprendizaje está guiado por un desajuste entre lo que se espera y lo que realmente sucede. Algunas zonas del cerebro parecen ser especialmente buenas candidatas para la detección de ese error que sirve de punto de partida para este proceso. Sin embargo, hasta ahora sólo disponíamos de evidencia correlacional acerca del papel de estas zonas. Los métodos optogenéticos han permitido obtener la primera evidencia experimental sobre su contribución al aprendizaje. Continúa leyendo en Ciencia Cognitiva

Cómo se mantiene el optimismo irrealista

Ser optimista es cansado. Ser irrealistamente optimista es muy cansado. Décadas de dinero atrás no impiden que cada año volvamos a comprar un nuevo décimo de lotería de Navidad y nos deleitemos imaginando qué haríamos si el gordo cayera en nuestras manos. Y afortunadamente ningún fracaso previo nos puede convencer de que el resultado de esta dieta será el mismo que el del todas las anteriores. Ser más optimista de lo que los hechos permiten supone hacer un esfuerzo constante por ignorar toda la información que te indica que estás equivocado.

Curiosamente, estos hechos cotidianos son difíciles de reconciliar con las principales teorías del aprendizaje que se manejan en la psicología actual. Casi todas ellas asumen que el motor del aprendizaje son los errores de predicción: esperamos que algo suceda, ese algo no sucede, consecuentemente modificamos nuestras creencias para rebajar nuestras expectativas en el futuro y cometer así un error menor. Si es así como vamos afinando nuestro conocimiento del entorno, ¿cómo es posible que haya creencias que se mantengan permanentemente a pesar de los errores de predicción que producen?

Un estudio reciente de Tali Sharot, Christoph Korn y Raymond Dolan (2011) nos proporciona algunas claves. En su experimento, los participantes tenían que evaluar cuál era la probabilidad de que a lo largo de su vida padecieran infortunios como tener cáncer, sufrir un accidente de coche o divorciarse. Inmediatamente después de cada respuesta, a los participantes se les decía cuál era de hecho la probabilidad de que le sucedieran esas desgracias a una persona tomada al azar. Todas estas preguntas se repetían en una segunda fase del estudio y los participantes tenían que volver a hacer sus estimaciones. El resultado más interesante es que estas segundas respuestas se ajustaban más a la realidad que las primeras… pero sólo cuando las expectativas iniciales de los participantes habían sido más pesimistas que el feedback que se les había dado después.

Imagina, por ejemplo, que alguien había estimado que su probabilidad de sufrir un cáncer de pulmón era de un 30%. Si a este participante le decían que la probabilidad real de sufrir cáncer de pulmón era de un 10%, entonces la siguiente vez que aparecía la pregunta el participante daba un juicio inferior al 30% inicial. Sin embargo, si se le decía que la probabilidad real de sufrir cáncer de pulmón era de un 50%, su estimación posterior apenas se veía influida por esta información. En otras palabras, sí que ajustamos nuestras expectativas cuando cometemos errores, pero sólo cuando ese ajuste favorece el optimismo.

Más interesante aún. El grado en que la información negativa afectaba o no a los juicios posteriores correlacionaba con la activación de un área cerebral, la circunvolución frontal inferior. Y el grado en que dicha circunvolución se activaba ante la información negativa correlacionaba con el optimismo rasgo (medido mediante un cuestionario independiente que los participantes rellenaban al final del experimento).

Los resultados de este estudio sugieren que para explicar cómo se mantiene el optimismo irrealista, los modelos de aprendizaje tienen que asumir que el impacto de los errores de predicción no es independiente del valor afectivo de esos errores. Los errores “pesimistas” se corrigen más que los “optimistas”. Más aún, nos indica qué zonas cerebrales pueden estar involucradas en este proceso y cómo la mayor o menor activación de esas zonas ante la información negativa se relaciona con características de personalidad relativamente estables. ¡Y todo ello en apenas cinco hojas!

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Sharot, T., Korn, C. W., & Dolan, R. J. (2011). How unrealistic optimism is maintained in the face of reality. Nature Neuroscience, 14, 1474-1479. doi: 10.1038/nn.2949