Producto interior bruto, interés por la ciencia y rendimiento científico

Una de las desgracias de ser español es que cuando se publican los resultados del informe PISA entras en un estado catatónico que te impide reaccionar a cualquier estimulación hasta que la siguiente jornada de liga te resetea y todo vuelve a la normalidad. Afortunadamente los habitantes de otros países son capaces de indagar y rebuscar en los datos de PISA sin que las lágrimas se lo impidan. Gracias a ellos, de vez en cuando descubrimos algunas pautas interesantes, como las que se perfilan en el estudio que acaban de publicar Elliot Tucker-Drob, Amanda Cheung y Daniel Brilley en Psychological Science.

El artículo se centra en la relación entre el interés por la ciencia y el rendimiento de los estudiantes en las pruebas de ciencia de los exámenes PISA. Lógicamente, los estudiantes a los que les interesa más la ciencia suelen puntuar más alto en estas pruebas. Lo interesante es que cómo de estrecha es esa relación depende de un número de factores. Si lo piensas bien, hay muchos obstáculos que pueden hacer que un estudiante con interés por la ciencia no llegue a ser bueno en ciencias. Tucker-Drob y colaboradores nos revelan algunos de ellos.

Uno de los resultados más interesantes es que el grado de relación entre interés por la ciencia y rendimiento científico depende del producto interior bruto (PIB) del país. En general, en los países más ricos, la relación entre interés y rendimiento es más fuerte. Se trata sólo de una correlación (aunque muy fuerte) que podría obedecer a varios motivos. La interpretación más sencilla es que los países más ricos proporcionan más oportunidades para que las personas con interés por ciencia desarrollen sus capacidades. En otras palabras, los países ricos facilitan que el talento se convierta en rendimiento. Aunque es interesante que también cabe la interpretación contraria: Tal vez los países donde las personas con interés por la ciencia pueden perseguir sus intereses acaben siendo más prósperos.

PIBReproduzco aquí la figura con los datos sobre la relación entre PIB y correlación interés-rendimiento. Cuidado al interpretar esta gráfica: Los países que están más arriba no son necesariamente los que obtienen mejor rendimiento en ciencias, sino aquellos donde la relación entre interés y rendimiento es más fuerte. Por una vez, agrada ver que España está ligeramente por encima del intervalo de confianza para esta regresión. Es decir, la relación entre interés y rendimiento es ligeramente mayor de lo que cabría predecir dado el PIB español.  Italia, por ejemplo, tiene un PIB ligeramente superior, pero una correlación interés-rendimiento claramente inferior. Tal vez los datos más positivos sean los de Australia o Reino Unido, países que además de tener un PIB alto presentan una relación interés-rendimiento excepcionalmente alta. Se trata de países especialmente buenos a la hora de hacer que los alumnos más interesados consigan un buen dominio de las ciencias. Es curioso que algunos países muy prósperos, como Luxemburgo, presentan sin embargo correlaciones muy bajas.

Otro dato interesante del estudio es que da pistas muy claras sobre cómo influye el estatus socio económico de la familia en la relación entre interés y rendimiento. Como cabría esperar, la ejecución de los niños está más relacionada con sus intereses en las familias de clase alta, que son las que tienen más recursos para hacer que los niños desarrollen sus intereses. Pero, y aquí viene lo bueno, esta relación está totalmente mediada por el estatus socio económico medio de las escuelas en las que estudian sus niños. Es decir, que importa más el estatus de la escuela que el estatus de la familia. O dicho de otra forma, si una familia tiene un niño con interés por la ciencia, merece la pena hacer el esfuerzo de enviar a ese niño a una escuela “por encima de sus posibilidades”.

El estudio arroja otros datos que dan que pensar, como que el interés por la ciencia correlaciona con el índice de democracia de un país, con su gasto en I+D, con el índice de justicia social y con el índice de coherencia social, aunque curiosamente no con el índice de desigualdad Gini ni con el acceso a la educación. Mastiquemos estos datos antes de que los resultados del siguiente informe nos quiten el apetito.

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Tucker-Drob, E. M., Cheung, A. K., & Briley, D. A. (in press). Gross domestic product, science interest, and science achievement: A person x nation interaction. Psychological Science.

Cómo hacer que tus experimentos molen

En el último número de Perspectives on Psychological Science, Kurt Gray y el celebérrimo Dan Wegner comparten con nosotros los seis ingredientes fundamentales de su receta para el éxito:

  1. Primero los fenómenos: La teoría está bien, pero cuando te sea posible, haz que tus investigaciones se basen en una experiencia humana profunda, universal y poderosa.
  2. Sé sorprendente: Investiga algo que desafíe el sentido común y la intuición, que muestre que las cosas no son lo que parecen.
  3. Dirígete a las abuelas, no a los científicos: Desafiar las ideas que interesan a tus colegas profesionales genera cierto éxito a corto plazo. Pero es más probable que tu investigación se mantenga vigente si cuestiona las intuiciones de la población general.
  4. Sé el participante: Haz que tu experimento sea una experiencia para tus participantes. No temas que el procedimiento sea estrambótico y excéntrico.
  5. Estadística sencilla: Si puedes analizar tus datos con una prueba t, no hagas un ANOVA. Si puedes hacer un ANOVA de un factor, no hagas un ANOVA factorial.
  6. Comienzos poderosos: El primer párrafo de tu artículo debería resumir toda la investigación haciendo énfasis en todo lo anterior: centrarse en una experiencia profunda, contra-intuitiva y fácil de entender.

Si estos consejos te parecen sacados de un libro de auto-ayuda para investigadores, en mi mesa siempre habrá un plato para ti. Seguir estas pautas tal vez te lleve a conseguir más citas en la Web of Science. De vez en cuando incluso puede que te llame alguien de tu periódico local para hacerte una entrevista. Pero mi humilde opinión es que esta filosofía conduce a publicar estudios que son a la verdadera ciencia lo que Operación Triunfo es a la música. Cuando el impacto y el sensacionalismo se hacen tan importantes o más que el rigor y la veracidad, inevitablemente sucede lo que en los últimos años le ha pasado a la psicología social. Ni más ni menos.

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Gray, K., & Wegner, D. M. (2013). Six guidelines for interesting research. Perspectives on Psychological Science, 8, 549-553. doi: 1177/1745691613497967.

La psicología a la escuela

Hubo un tiempo en el que los psicólogos quisieron cambiar el mundo empezando por las escuelas. Mientras William James escribía sus populares Talks to teachers, Binet desarrollaba el primer gran test de inteligencia y Lightner Witmer creaba la psicología clínica, no para tratar casos de ansiedad y depresión, como hoy la conocemos, sino para ayudar a los niños con problemas de aprendizaje. A manos de Thorndike y Dewey la ciencia de Wundt, la ciencia de la mente, el aprendizaje y la memoria estaba llamada a revolucionar la sociedad desde las aulas. Un siglo después el mundo ha cambiado mucho, sí, pero las escuelas no tanto. En algún momento se perdieron el ímpetu y el entusiasmo. Los psicólogos del aprendizaje, la memoria y el pensamiento, enfundados en sus batas blancas, olvidaron que había un mundo real más allá del laboratorio. Y si quedaban psicólogos que quisieran cambiar el mundo, ya no miraban a los pupitres como línea de salida. En pleno siglo XXI, la psicología no es a la educación lo que la biología es a la medicina. Continúa leyendo en Psicoteca

Criterios diagnósticos de la pseudociencia

A lo largo de la historia, decenas de científicos y filósofos han intentado demarcar la frontera que separa la ciencia de la pseudociencia buscando un criterio bien definido que las separe. Para unos, la principal diferencia es la falsabilidad de las teorías científicas frente a la vaguedad de la pseudociencia. Para otros, es la utilización del método científico lo que mejor las distingue. Sin embargo, ni éstas ni otras propuestas similares se han hecho con la aceptación general de los académicos. Sea cual sea el criterio que se elija, siempre es posible encontrar algún contraejemplo que lo invalide. No es extraño que algunos filósofos, como Paul Feyerabend, hayan concluido que en realidad no hay ninguna diferencia esencial entre ciencia y pseudociencia. Sin embargo, existe una salida alternativa a este problema.

Normalmente intentamos definir los conceptos (como el concepto de “ciencia”) buscando las características necesarias y suficientes que debe reunir un elemento para pertenecer a la categoría que describe ese concepto. Por ejemplo, la definición de ser humano solía ser “animal racional”. Si algo es un animal y es racional, y si esa definición es correcta, entonces puede clasificarse con toda seguridad un ser humano. Sin embargo, hay conceptos cuyos elementos, utilizando la expresión de Wittgenstein, no tienen en común más que cierto “parecido familiar”: tienden a presentar ciertos rasgos comunes, pero ninguno de ellos es necesario ni suficiente para ser correctamente clasificado.

Un buen ejemplo de estas categorías son las enfermedades mentales. Como aún no sabemos muy bien cómo caracterizar algunas de ellas o cómo explicarlas, lo que los psicólogos y psiquiatras hacen es elaborar un listado de criterios diagnósticos para cada enfermedad. A un paciente se le diagnostica una enfermedad cuando cumple con un número determinado de esos criterios diagnósticos. Por ejemplo, el DSM-IV-TR propone diagnosticar un episodio depresivo mayor cuando un paciente cumple con cinco o más de estos criterios:

(1) Estado de ánimo depresivo la mayor parte del día, casi todos los días, indicado por el relato subjetivo o por observación de otros.

(2) Marcada disminución del interés o del placer en todas, o casi todas, las actividades durante la mayor parte del día, casi todos los días.

(3) Pérdida significativa de peso sin estar a dieta o aumento significativo, o disminución o aumento del apetito casi todos los días.

(4) Insomnio o hipersomnia casi todos los días.

(5) Agitación o retraso psicomotores casi todos los días.

(6) Fatiga o pérdida de energía casi todos los días.

(7) Sentimientos de desvalorización o de culpa excesiva o inapropiada (que pueden ser delirantes) casi todos los días (no simplemente autorreproches o culpa por estar enfermo).

(8) Menor capacidad de pensar o concentrarse, o indecisión casi todos los días (indicada por el relato subjetivo o por observación de otros).

(9) Pensamientos recurrentes de muerte (no sólo temor de morir), ideación suicida recurrente sin plan específico o un intento de suicidio o un plan de suicidio específico.

Para que un paciente sea diagnosticado como un caso de depresión severa debe cumplir con al menos 5 de estos criterios (luego ninguno es suficiente por sí solo), pero cualquiera de esos criterios es igualmente válido (luego ninguno es necesario).

La recopilación de textos de Mario Bunge que publica Laetoli bajo el título La pseudociencia ¡Vaya timo! Es un magnífico ejemplo de cómo esta misma lógica puede utilizarse para separar la ciencia de la pseudociencia. Tal vez no haya ninguna característica esencial que las diferencie, pero no por ello dejan de caracterizarse una y otra por diferentes atributos que tienden a aparecer juntos. En el libro de Bunge podemos encontrar varios listados de características habituales de la ciencia. Algunas de las más importantes son (a) que la ciencia tiende a cambiar a medida que avanza, (b) que una ciencia siempre presenta puntos de unión y es consistente con otras disciplinas también científicas, y (c) que la ciencia suele apoyarse en una determinada visión del mundo o filosofía que le es especialmente apta y que se caracteriza entre otras cosas por el realismo (la idea de que la realidad objetiva existe, independientemente de los observadores), el empirismo (la idea de que el conocimiento se basa en hechos observables) y el racionalismo (la idea de que las teorías científicas no pueden contradecirse entre sí o con los hechos).

De modo que si una teoría no cambia con el paso de las décadas, contradice a otras teorías bien asentadas y se protege de las críticas diciendo que la verdad, como la belleza, está en el ojo del que mira, ya sabe, es blanco y en botella. ¿Se le vienen ejemplos a la cabeza?

Escépticos de mente abierta

Carl Sagan no se cansaba de recordar que para ser un buen científico es necesario mantenerse en el difícil equilibrio entre estar abierto a las nuevas ideas y ser absolutamente escéptico con todas ellas. El libro de Michael Shermer Las fronteras de la ciencia. Entre la ortodoxia y la herejía es un homenaje a los que son capaces de tener la mente abierta sin que el cerebro se les caiga al suelo. Por sus páginas desfilan teorías, autores y descubrimientos (a veces entre comillas) que se sitúan en la delgada línea que separa la ciencia de la pseudociencia. Aunque el libro se ocupa de temas tan diversos como las diferencias raciales en inteligencia, la teoría del equilibrio puntuado, o los orígenes del heliocentrismo, el gran protagonista del libro es Alfred Russel Wallace, al que dedica nada menos que tres de los doce capítulos que componen el libro. Aunque todos conocemos al codescubridor de la teoría de la selección natural, no son tan célebres los escarceos del biólogo con el mundo del espiritismo, la hipnosis y la frenología, que Shermer relata con magistral habilidad en un alarde de erudición. Entre las contribuciones más interesantes del libro está el kit de detección de límites esbozado en la misma introducción. Se trata de diez sencillos criterios que pueden servir para juzgar por nosotros mismos si una teoría innovadora cae en el lado de la ciencia o en el de la pseudociencia. Los reproduzco aquí a modo de decálogo para quienes quieran convertirse al escepticismo razonable:

1/ ¿Hasta qué punto son fiables las fuentes en que se sustenta la nueva afirmación?

2/ ¿Suelen hacer esas fuentes afirmaciones similares?

3/ ¿Han sido verificadas las afirmaciones por otra fuente?

4/ ¿Cómo casa la afirmación con lo que sabemos del mundo y su funcionamiento?

5/ ¿Se ha tomado alguien, incluida la persona que la defiende, la molestia de buscar pruebas que refuten la afirmación, o sólo ha buscado pruebas que la confirmen?

6/ En ausencia de pruebas definitivas, ¿las que existen convergen en las conclusiones de la nueva teoría o en otras?

7/ ¿Recurre quien defiende una teoría a las normas de la razón y a las herramientas de investigación generalmente aceptadas o las sustituye por otras que le permiten llegar a las conclusiones deseadas?

8/ Quien defiende la afirmación, ¿aporta también una explicación distinta de los fenómenos observados o se limita a negar la explicación existente?

9/ Si quienes postulan la nueva afirmación sí plantean una teoría alternativa, ¿explica ésta tantos fenómenos como la anterior?

10/ Las creencias y prejuicios de los que defienden cierta teoría, ¿se basan en las conclusiones de esta teoría o, al contrario, en los propios prejuicios?

¿Es la psicología una ciencia?

El artículo de Scott Lilienfeld que acaba de publicarse en American Psychologist tiene todos los ingredientes necesarios para convertirse en un clásico de la psicología. Arranca con un duro ataque a la línea de flotación de nuestra disciplina: El público general no aprecia la psicología como ciencia ni como profesión. Los datos que recopila el autor muestran, con poco margen para la duda, que para un porcentaje nada despreciable de la población la psicología ni es una ciencia ni es útil a la sociedad. Y no hablamos aquí de pequeños sectores ni de opiniones minoritarias. En algunos estudios, sólo un 30% de la población considera que la psicología es propiamente una ciencia. Y la mayor parte de los encuestados confían más en economistas, ingenieros, médicos e incluso sacerdotes a la hora de solucionar los problemas más acuciantes de la sociedad. Paradójicamente, estas opiniones públicas pueden provocar el propio declive de la psicología como ciencia, ya que es difícil que una sociedad que desconfía del estatus científico de la psicología opte por financiar el avance de esta disciplina, más aún en tiempos de crisis como los que vivimos.

Entre los argumentos que la gente utiliza para justificar su visión negativa de la psicología, Lilienfeld destaca que los legos suelen ver la psicología como un mero ejercicio de sentido común que no se basa en métodos científicos, que no permite realizar predicciones precisas ni arroja resultados replicables. Mucha gente tampoco espera más de la psicología, puesto que creen que cada ser humano es único y que es inútil intentar dar explicaciones generales para el comportamiento individual.

Algunas de estas críticas obedecen a simples malentendidos y a cierta voluntad de juzgar a la psicología con un rasero diferente del que se usa para evaluar otras disciplinas. Todo el mundo entiende que aunque cada ser humano sea único, la medicina científica es posible porque nos parecemos lo suficiente en unas cuantas cuestiones fundamentales que tienen que ver con cómo funciona nuestro organismo. Sin embargo, la gente encuentra este argumento poco convincente cuando se trata de la psicología. Lo mismo sucede con la dificultad que tienen los psicólogos para hacer predicciones precisas. Nuestras limitaciones en este terreno no son mayores que las de los médicos intentando predecir cuánto tiempo nos queda de vida o los economistas intentando atisbar si subirá o no el IBEX 35 la semana que viene. Pero de nuevo, lo que no mina la confianza en médicos y economistas, sí lo hace en el caso de los psicólogos.

En otros casos, se trata de críticas justamente merecidas por los psicólogos. Por ejemplo, no hemos sabido ser contundentes a la hora de condenar las prácticas pseudocientíficas de nuestros colegas, prácticas que por desgracia son demasiado habituales en algunos sectores profesionales. Si los psicólogos no nos limitamos a utilizar las técnicas diagnósticas y de intervención cuya utilidad está demostrada, si damos cabida a cualquier remedio “milagroso” en nuestro arsenal terapéutico, no podemos quejarnos de que la población general no perciba el carácter científico de la psicología. Cada vez que se inicia un programa que intenta elevar los estándares científicos de la psicología, se alzan voces en contra por parte de muchos profesionales. Cuando estas voces pueden más que la razón y los intereses cortoplacistas de los terapeutas se imponen al rigor científico, la psicología pierde parte de su legitimidad como ciencia.

Los psicólogos que sí que comparten la preocupación porque la psicología sea una ciencia rigurosa son igualmente culpables cuando se callan sus opiniones para sí mismos y no hacen nada por combatir la pseudociencia en su terreno. Si dejamos que sea sólo la voz de los “esotéricos” y charlatanes la que llega al público general, no podemos quejarnos que sea esta nuestra imagen.

Afortunadamente, ninguno de estos problemas carece de solución, y Lilienfeld hace un claro intento por lanzar propuestas concretas. Algunas de estas posibles medidas tienen que ver con lo que el psicólogo puede hacer a nivel individual por su disciplina. Una medida básica es preocuparse por estar bien formado y mantenerse al día sobre los avances científicos de la disciplina y sobre la investigación empírica que subyace a los diversos tratamientos y técnicas diagnósticas. Pero también es importante dedicar parte de nuestro tiempo a la divulgación de la psicología como ciencia y a la creación de una conciencia colectiva sobre su valor añadido para la sociedad. Estas medidas sólo pueden funcionar si las instituciones en su conjunto (muy especialmente las universidades, pero también las asociaciones profesionales) comienzan a valorar la actividad divulgativa de los profesores e investigadores. Hay que sacar a los científicos del laboratorio, y esto sólo comenzará a suceder cuando los centros de investigación les valoren por hacerlo.

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Lilienfeld, S. O. (2012). Public skepticism of psychology: Why many people perceive the study of human behavior as unscientific. American Psychologist, 67, 111-129.

Los hechos son el aire del científico

El último artículo de Mario Laborda y sus colaboradores rescata una cita de Pavlov sobre la relación entre teoría y datos que no puedo resistirme a publicar aquí:

No matter how perfect a bird’s wing may be, it could never make the bird air-borne without the support of the air. Facts are the air of the scientist. Without them you will never be able to take off, without them your ‘theories’ will be barren. But when studying, experimenting and observing, do your best to get beneath the skin of the facts. Do not become hoarders of the facts. Try to penetrate into the secrets of their origin. Search persistently for the laws governing them (Pavlov, 1955, citado en Laborda et al., 2012, p. 50).

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Laborda, M. A., Miguez, G., Polack, C. W., & Miller, R. R. (2012). Animal models of psychopathology: Historical models and the Pavlovian contribution. Terapia Psicológica, 30, 45-59.