Magos de bata blanca

Pocas cosas enervan tanto a un psicólogo profesional como que venga algún lego y le diga que él también es “muy psicólogo”. Sin embargo, a algunos profanos hay que reconocerles su profundo conocimiento de la mente humana. Y si hay un oficio cuya tarea haya dependido crucialmente de tener una visión precisa de las virtudes y defectos de la mente, esa profesión es la del mago y el ilusionista. Detrás de la moneda que aparece de la nada, de la azafata cercenada en dos con una larga sierra, del siete de picas que aparece inesperadamente en el bolsillo de un espectador, se esconden las artes de un genial “psicólogo” que juguetea a su antojo con la atención de la audiencia. El libro de Stephen Macknik y Susana Martínez-Conde que publica Destino bajo el título de Los engaños de la mente es la ilustración perfecta de cuánto podemos aprender los científicos cognitivos del conocimiento acumulado por los magos a lo largo de los siglos. Frente al saber común que ve a la mente humana como el más alto y perfecto logro de la naturaleza, los magos conocen como nadie nuestras limitaciones perceptivas e intelectuales. Saben que mientras las personas se ríen de un chiste, no ven las orejas del conejo que asoman en la chistera; mientras detienen sus ojos en las piernas de la atractiva azafata, no ven los hilos que cuelgan de su vestido. Basta el medio segundo en el que la audiencia le devuelve una mirada al mago para perderse el magistral juego de manos con que le dan gato por liebre. ¿Se imaginan tener una radiografía de lo que pasa por la mente de una persona cuando ve un juego de magia? Enchufamos al participante a una máquina de resonancia magnética funcional o le colocamos un detector de movimientos oculares mientras disfruta de un buen truco y… ¡voilà! Obtenemos una visión reveladora de los mecanismos que subyacen a la atención y la percepción humana. Si el tema les interesa, el libro que Macknick y Martínez-Conde es una excelente introducción a una nueva forma de hacer psicología que dará que hablar. Por el camino, aprenderá algún que otro truco con el que obtener unos minutos de gloria en la siguiente reunión familiar.

Desmontando los mitos anti-vacunación

Provocar un incendio es más fácil que apagarlo, y tal vez no haya incendios más difíciles de extinguir que los ficticios. Han pasado ya más de 14 años desde que Andrew Wakefield se inventara que la vacuna triple vírica podía provocar autismo como efecto secundario, pero la medicina convencional apenas se ha recuperado del varapalo. Aún son miles los padres que se niegan a vacunar a los hijos ante el miedo de que sufran reacciones adversas inexistentes, resucitando así enfermedades, como la rubeola, el sarampión o las paperas, que casi habían desaparecido de nuestras sociedades “desarrolladas”. Irónicamente, es el abrumador éxito de las vacunas el que ha hecho que a los padres se olviden de que estas enfermedades pueden ser letales. Por desgracia, casi todos los intentos de devolver la cordura a estas familias suelen estar abocados el fracaso. El mero de hecho de que exista una preocupación por informarles de que las vacunas son seguras se interpreta automáticamente como la prueba irrefutable de que el big pharma conspira contra la salud de los niños.

Un estudio reciente de Cornelia Betsch y Katharina Sachse muestra precisamente que a la hora de desmontar estos mitos, es más efectivo utilizar mensajes relativamente suaves (e.g., “es extremadamente raro que las vacunas provoquen reacciones adversas”) que realizar afirmaciones más tajantes (e.g., “es imposible que las vacunas provoquen reacciones adversas”). Esta diferencia a favor de los mensajes más suaves es mayor si la fuente del mensaje es una empresa farmacéutica que si lo emite una agencia gubernamental (supuestamente, más creíble), y todos estos efectos se manifiestan de forma más clara entre las personas con actitudes favorables hacia la medicina alternativa que entre las personas con actitudes favorables hacia la medicina convencional. Curiosamente, aunque la fuerza de estas afirmaciones influye en cómo de seguras parecen las vacunas, el número de mensajes a favor de ellas (2 vs. 5) no tiene efecto alguno.

Estos resultados apenas son sorprendentes, pero ciertamente están cargados de implicaciones prácticas para las políticas de concienciación pública sobre la importancia de las vacunas. Sustituir mensajes tajantes por versiones suavizadas que contemplen la posibilidad (aunque sea remota) de algún riesgo supone un cambio menor en la elaboración de los textos informativos. Sin embargo puede maximizar su impacto, sobre todo entre los colectivos más recelosos con las vacunas. También sugiere que son las administraciones públicas quienes deberían tomar un papel activo en estas campañas, en lugar de relegarlas al colectivo de médicos y farmacéuticos.

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Betsch, C., & Sachse, K. (in press). Debunking vaccination myths: Strong risk negations can increase perceived vaccination risks. Health Psychology. doi: 10.1037/a0027387

Feliz como un estornino

Saber si una persona es optimista o no ya es algo bastante difícil. Si quieres hacer una investigación sobre el tema y decides usar el cuestionario tal como medida de optimismo, te aseguro que algún revisor vendrá y te dirá que ese cuestionario es malo, que uses este otro. Un segundo revisor te dirá que de cuestionarios nada, que uses una medida implícita. Un tercer crítico insistirá en que deberías fijarte en la conducta diaria de esa persona y no en lo que dice en un test o hace en una prueba implícita. Y así sucesivamente. Si esto ya es difícil, imagina entonces lo complicado que puede ser diseñar un procedimiento que te permita saber si un animal es optimista o no. Suena casi imposible, ¿verdad?

Curiosamente, empieza a existir todo un arsenal de procedimientos experimentales que nos permite conocer el estado anímico de un animal con razonable precisión. Recientemente, me he topado con un interesante ejemplo en un artículo de Stephanie Matheson, Lucy Asher y Melissa Bateson. La clave del procedimiento es enseñar al animal una discriminación. Si aparece un estímulo A y ejecuta la respuesta 1, entonces le damos un premio. Si, por el contrario, aparece un estímulo B, entonces le premiamos por ejecutar la respuesta 2. Hasta aquí sencillo. Ahora bien, resulta que el premio que le damos por realizar la respuesta 1 ante el estímulo A es mejor que el premio que le damos cuando realiza la respuesta 2 ante el estímulo B. Cuando el animal ya tiene experiencia con la tarea y con los premios que consigue con cada estímulo, hacemos la jugada maestra: Le presentamos un estímulo que queda exactamente a medio camino entre A y B y observamos qué hace. Si ejecuta la respuesta 1, podríamos decir que ese animal está siendo “optimista”: Ante la ambigüedad se comporta como si estuviera en la situación más favorable. (¿No recuerda un poco a la lógica en la que se basan las pruebas proyectivas?)

En el experimento de Matheson y colaboradores fueron un paso más allá. Utilizaron esta estrategia con un grupo de estorninos a los que alojaron en dos tipos diferentes de jaulas. Algunas de las jaulas eran relativamente pequeñas, con acceso intermitente a un bebedero. Además los cuidadores limpiaban esas jaulas en momentos impredecibles del día. En relación a éstas, las otras cajas venían a ser una suite presidencial: Eran considerablemente más grandes, tenían acceso permanente a un bebedero, y tenían comederos separados para la comida que más les gustaba a los pájaros. Para que los animales no se estresaran, los cuidadores siempre las limpiaban mientras los pájaros estaban fuera de la jaula, participando en el experimento. El principal resultado del experimento fue que, como es lógico esperar, cuando se les hacía la “prueba de optimismo”, los animales parecían estar de mejor humor si esos días estaban alojados en las jaulas “buenas” que si estaban en las malas. Admito que el resultado tiene poco de sorprendente. ¿Pero no es bonito saber que los animales también saben ver la botella medio llena cuando la vida les ayuda un poco?

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Matheson, S. M., Asher, L., & Bateson, M. (2008). Larger, enriched cages are associated with ‘optimistic’ response biases in captive European starlings (Sturnus vulgaris). Applied Animal Behaviour Science, 109, 374-383. doi: 10.1016/j.applanim.2007.03.007

¡Más Psicoteca!

No recuerdo los hechos concretos, pero la cosa debió ser tal que así…

HM: Miguel, tengo una idea que te va a encantar.

MAV: Miedo me das.

HM: ¿Y si hacemos algo de divulgación?

MAV: Pero, Helena, si la vida no nos da para más.

HM: Venga. Algo tipo Divulcat o e-Ciencia.

MAV: ¿Donde tienes lo de la madalena?

HM: Sí, como eso.

MAV: Pufff… ¿Pero tú sabes el tiempo que va a llevar?

HM: Ya tengo hasta nombre. Lo podemos llamar Psicoteca.

MAV: Ummm, Psicoteca. Now we’re talkin’…

… O así lo imagino yo ahora. Psicoteca nació como una revista electrónica de divulgación científica, con revisión por pares y todo. No me había equivocado: llevaba una cantidad de trabajo increíble. Pero Helena tampoco se había equivocado: el resultado fue igualmente increíble. Desde luego, el esfuerzo mereció la pena. No duró mucho el sistema de revisión que habíamos montado, es verdad; pero por el camino nos hicimos con artículos excelentes escritos por los mejores investigadores del panorama nacional. Poco tiempo después, Fernando Blanco nos propuso la idea genial de pasar del formato revista a un blog de divulgación y enseguida se le añadió Héctor Mediavilla al proyecto de hacer de aquel blog un referente de la divulgación científica en psicología. El formato resultaba más ameno, dinámico y fácil de gestionar, pero Helena y yo no fuimos capaces de seguir el ritmo. (¡Ni falta que hizo, porque Fernando y Héctor hicieron un trabajo excelente!) Una década después de comenzar su andadura, volvemos a la carga con Psicoteca, esta vez en formato WordPress y con el apoyo logístico, afectivo y creativo de todo Labpsico. Tenemos alguna cana más que entonces, pero no hemos perdido nada del entusiasmo. ¡Esperamos que os guste!

Cupido en la red

Si Cupido no está, ni ha venido tan feliz con sus flechas de amor para ti, ni sus flechas van contigo donde quiera que tú vas, tranquilo. Estás de suerte. Las webs de encuentro han llegado para corregir lo que Dan Ariely ha calificado como el más estrepitoso error de mercado de las sociedades occidentales: miles de jóvenes (y no tan jóvenes) no consiguen encontrar una pareja con la que ser felices y comer perdices. Vamos, eso que en Vaya semanita, con algún que otro matiz, llamaban “el tema vasco”.

Las webs de encuentro pretenden ser una especie de Facebook para solteros en busca de pareja. Su formato se parece a veces a la web de un supermercado en la que en lugar de ver fotos de latas de tomate y salteados de verduras uno ve los perfiles de jóvenes y jóvenas vendiendo lo mejor de sí mismos. Dado que este formato recuerda más al marketing que al genuino romance, algunos han querido denostar a estos sitios de encuentro diciendo que macdonaldizan las relaciones sentimentales. Pero sería injusto tener únicamente en cuenta su lado más negativo sin embarcarse en una valoración más objetiva de sus pros y contras.

Este análisis detallado es precisamente lo que nos bridan Eli Finkel y sus colaboradores en una exhaustiva revisión que acaban de publicar en Psychological Science in the Public Interest. El balance que hacen estos autores de la potencialidad de estos servicios es relativamente positivo. Vienen a cubrir una necesidad real de nuestra sociedad occidental para la que las fórmulas más tradicionales no han conseguido dar con la solución perfecta. Sin embargo, los autores son extremadamente críticos con muchos de los mitos que alimentan estas webs y también con el procedimiento concreto que utilizan para mostrar información sobre parejas potenciales.

Por ejemplo, en su opinión la información personal que ofrecen los perfiles dejan mucho que desear y podrían ser mejorados. Casi todos los datos que son más valiosos para saber cómo de bien podemos llevarnos con alguien son cosas que o bien no se ven en un perfil o no sabemos valorar apropiadamente. En general, somos muy malos a la hora de seleccionar y analizar la información más relevante para decidir si algo se ajusta a nuestras preferencias. En esto, somos poco diferentes cuando vamos al supermercado y cuando buscamos pareja.

Navegar entre perfiles de parejas potenciales nos predispone además a adoptar una actitud evaluativa que puede interferir con el logro de nuestro verdadero objetivo. Si estamos muy preocupados por encontrar al mejor candidato posible, es probable que nos dediquemos más a examinar a las personas con las que contactamos que a disfrutar plenamente de esos encuentros. Y desde luego es difícil comprometerse con alguien si a uno le preocupa la posibilidad de que haya alguien mejor ahí fuera. En este sentido, las páginas de encuentros alimentan el mito de que todos tenemos una media naranja predestinada a nosotros, esperando en algún lugar. Se trata de una idea potencialmente dañina que propagan recurrentemente películas y novelas y que ahora difunden también estas webs. Por desgracia, la investigación muestra que las parejas que comparten esta creencia en el amor predestinado suelen tener peor pronóstico que las que opinan que el amor es algo que se construye poco a poco y no algo que estaba ahí esperando a ser descubierto.

Tal vez el mito que peor parado sale es el de que estas webs utilizan procedimientos científicamente validados para encontrar la mejor pareja para cada usuario. En muchas de estas páginas de encuentro se pide a los usuarios que rellenen varios formularios con todo tipo de información personal sobre ingresos, aficiones, o rasgos de personalidad. Algunas de ellas, incluso solicitan que el usuario les envíe una muestra de ADN. Según las webs esta información se analiza mediante algoritmos matemáticos que permiten encontrar parejas ideales para esa persona. Si todo esto te recuerda un poco a los yogures que activan las defensas y a las cremas hidratantes con el gen de la juventud, sí, estás en lo cierto. A día de hoy, la pretensión de que estas páginas utilizan procedimientos científicamente validados carece de todo respaldo.

Para empezar, estas páginas web casi nunca concretan en qué consisten esos algoritmos. Los guardan en secreto como la fórmula de la Coca-Cola o el código fuente de Windows. Incluso en el dudoso caso de que las propias empresas hagan estudios científicos serios para poner a prueba los algoritmos que utilizan, guardar los detalles del procedimiento en secreto impide que otros grupos de investigación repliquen esos estudios y confirmen sus conclusiones. El mismo hermetismo se aplica no sólo a la naturaleza de los algoritmos sino al tipo de estudios que se realizan para ponerlos a prueba y a los resultados de esas investigaciones, que casi nunca se publican en los canales habituales de comunicación científica. Los pocos estudios que sí se han publicado son investigaciones correlacionales que se limitan a indicar que los usuarios de alguna red de encuentro están más satisfechos con sus parejas que la población general. Estos estudios son interesantes pero no son prueba de ninguna relación causal: Los usuarios de una determinada web de encuentros se diferencian de la población general en muchas cosas y cualquiera de ellas podría ser la causa de su mayor satisfacción. Por no hablar de lo arriesgado que es esbozar conclusiones fuertes a partir de los resultados de uno o dos estudios no replicados.

Dado que los sitios de encuentro no facilitan información sobre los algoritmos que utilizan para emparejar a los usuarios, Finkel y sus colaboradores utilizan una estrategia alternativa para valorar su posible eficacia: revisan la literatura disponible sobre los principales factores que predicen la estabilidad en las relaciones de pareja y en base a esa literatura infieren cuál es el éxito mayor que se puede tener al predecir el éxito de una pareja en base a la información que recogen las webs de encuentro. Las conclusiones de este análisis no pueden ser más claras: la información que solicitan estas páginas puede servir únicamente para eliminar a algunos candidatos que serían muy malos compañeros para cualquier persona, pero poco más. Los datos que serían más valiosos para predecir el éxito de una pareja (información sobre cómo interactúan o sobre cómo hacen frente a la adversidad) sencillamente no pueden registrarse antes de que la pareja se conozca. Los datos individuales de cada miembro de la pareja, que sí pueden registrarse antes de que se produzca el primer contacto, son también predictores del posible futuro de esa pareja, pero explican un porcentaje muy pequeño de la varianza (en torno al 5%). Las garantías de éxito de las que hacen gala muchos sitios de encuentro son completamente desmedidas si esta es toda la información con la que pueden trabajan.

En cualquier caso, las celestinas, casamenteras y alcahuetas harían bien en ir poniéndose al día. Saber algo de diseño de páginas web y tener registrado un dominio con sex appeal se perfilan como requisitos indispensables para mantenerse en el negocio del amor.

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Finkel, E. J., Eastwick, P. W., Karney, B. R., Reis, H. T., & Sprecher, S. (2012). Online dating: A critical analysis from the perspective of psychological science. Psychological Science in the Public Interest, 13, 3-66. doi: 10.1177/1529100612436522