Saber si una persona es optimista o no ya es algo bastante difícil. Si quieres hacer una investigación sobre el tema y decides usar el cuestionario tal como medida de optimismo, te aseguro que algún revisor vendrá y te dirá que ese cuestionario es malo, que uses este otro. Un segundo revisor te dirá que de cuestionarios nada, que uses una medida implícita. Un tercer crítico insistirá en que deberías fijarte en la conducta diaria de esa persona y no en lo que dice en un test o hace en una prueba implícita. Y así sucesivamente. Si esto ya es difícil, imagina entonces lo complicado que puede ser diseñar un procedimiento que te permita saber si un animal es optimista o no. Suena casi imposible, ¿verdad?
Curiosamente, empieza a existir todo un arsenal de procedimientos experimentales que nos permite conocer el estado anímico de un animal con razonable precisión. Recientemente, me he topado con un interesante ejemplo en un artículo de Stephanie Matheson, Lucy Asher y Melissa Bateson. La clave del procedimiento es enseñar al animal una discriminación. Si aparece un estímulo A y ejecuta la respuesta 1, entonces le damos un premio. Si, por el contrario, aparece un estímulo B, entonces le premiamos por ejecutar la respuesta 2. Hasta aquí sencillo. Ahora bien, resulta que el premio que le damos por realizar la respuesta 1 ante el estímulo A es mejor que el premio que le damos cuando realiza la respuesta 2 ante el estímulo B. Cuando el animal ya tiene experiencia con la tarea y con los premios que consigue con cada estímulo, hacemos la jugada maestra: Le presentamos un estímulo que queda exactamente a medio camino entre A y B y observamos qué hace. Si ejecuta la respuesta 1, podríamos decir que ese animal está siendo “optimista”: Ante la ambigüedad se comporta como si estuviera en la situación más favorable. (¿No recuerda un poco a la lógica en la que se basan las pruebas proyectivas?)
En el experimento de Matheson y colaboradores fueron un paso más allá. Utilizaron esta estrategia con un grupo de estorninos a los que alojaron en dos tipos diferentes de jaulas. Algunas de las jaulas eran relativamente pequeñas, con acceso intermitente a un bebedero. Además los cuidadores limpiaban esas jaulas en momentos impredecibles del día. En relación a éstas, las otras cajas venían a ser una suite presidencial: Eran considerablemente más grandes, tenían acceso permanente a un bebedero, y tenían comederos separados para la comida que más les gustaba a los pájaros. Para que los animales no se estresaran, los cuidadores siempre las limpiaban mientras los pájaros estaban fuera de la jaula, participando en el experimento. El principal resultado del experimento fue que, como es lógico esperar, cuando se les hacía la “prueba de optimismo”, los animales parecían estar de mejor humor si esos días estaban alojados en las jaulas “buenas” que si estaban en las malas. Admito que el resultado tiene poco de sorprendente. ¿Pero no es bonito saber que los animales también saben ver la botella medio llena cuando la vida les ayuda un poco?
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