Pocas cosas enervan tanto a un psicólogo profesional como que venga algún lego y le diga que él también es “muy psicólogo”. Sin embargo, a algunos profanos hay que reconocerles su profundo conocimiento de la mente humana. Y si hay un oficio cuya tarea haya dependido crucialmente de tener una visión precisa de las virtudes y defectos de la mente, esa profesión es la del mago y el ilusionista. Detrás de la moneda que aparece de la nada, de la azafata cercenada en dos con una larga sierra, del siete de picas que aparece inesperadamente en el bolsillo de un espectador, se esconden las artes de un genial “psicólogo” que juguetea a su antojo con la atención de la audiencia. El libro de Stephen Macknik y Susana Martínez-Conde que publica Destino bajo el título de Los engaños de la mente es la ilustración perfecta de cuánto podemos aprender los científicos cognitivos del conocimiento acumulado por los magos a lo largo de los siglos. Frente al saber común que ve a la mente humana como el más alto y perfecto logro de la naturaleza, los magos conocen como nadie nuestras limitaciones perceptivas e intelectuales. Saben que mientras las personas se ríen de un chiste, no ven las orejas del conejo que asoman en la chistera; mientras detienen sus ojos en las piernas de la atractiva azafata, no ven los hilos que cuelgan de su vestido. Basta el medio segundo en el que la audiencia le devuelve una mirada al mago para perderse el magistral juego de manos con que le dan gato por liebre. ¿Se imaginan tener una radiografía de lo que pasa por la mente de una persona cuando ve un juego de magia? Enchufamos al participante a una máquina de resonancia magnética funcional o le colocamos un detector de movimientos oculares mientras disfruta de un buen truco y… ¡voilà! Obtenemos una visión reveladora de los mecanismos que subyacen a la atención y la percepción humana. Si el tema les interesa, el libro que Macknick y Martínez-Conde es una excelente introducción a una nueva forma de hacer psicología que dará que hablar. Por el camino, aprenderá algún que otro truco con el que obtener unos minutos de gloria en la siguiente reunión familiar.
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La función de la magia
La mayor parte de la literatura psicológica sobre la superstición y las ilusiones de control se ha centrado tradicionalmente en resaltar sus aspectos más positivos sobre nuestra salud. Nada más humano que intentar protegerse de la sensación de indefensión que produce saberse víctima de fuerzas que están más allá de nuestro control. Décadas antes de que los psicólogos abrazaran esta visión, Malinowsky nos brindaba en las últimas líneas de su ensayo Magia, ciencia y religión la descripción más bella de esta idea:
¿Cuál es la función cultural de la magia? Hemos visto que todos los instintos y emociones, todas las actividades prácticas conducen al hombre a atolladeros en donde las lagunas de su conocimiento y las limitaciones de su temprano poder de observar y razonar le traicionan en los momentos cruciales. El organismo humano reacciona ante esto por medio de espontáneos estallidos en los que los modos rudimentarios de conducta y las creencias rudimentarias en su eficiencia resultan inventados. La magia se fija sobre esas creencias y ritos rudimentarios y los regula en formas permanentes y tradicionales. La magia le proporciona al hombre primitivo actos y creencias ya elaboradas, con una técnica mental y una práctica definidas que sirven para salvar los abismos peligrosos que se abren en todo afán importante o situación crítica. Le capacita para llevar a efecto sus tareas importantes en confianza, para que mantenga su presencia de ánimo y su integridad mental en momentos de cólera, en el dolor del odio, del amor no correspondido, de la desesperación y de la angustia. La función de la magia consiste en ritualizar el optimismo del hombre, en acrecentar su fe en la victoria de la esperanza sobre el miedo. La magia expresa el mayor valor que, frente a la duda, confiere el hombre a la confianza, a la resolución frente a la vacilación, al optimismo frente al pesimismo.
Visto desde lejos y por encima, desde los elevados lugares de seguridad de nuestra civilización evolucionada, es fácil ver todo lo que la magia tiene de tosco y de vano. Pero sin su poder y guía no le habría sido posible al primer hombre el dominar sus dificultades prácticas como las ha dominado, ni tampoco habría podido la raza humana ascender a los estadios superiores de la cultura. De aquí la presencia universal de la magia en las sociedades primitivas y su enorme poder. De aquí también que hallemos a la magia como invariable aditamento de todas las actividades importantes. Creo que hemos de ver en ella la incorporación de esa sublime locura de la esperanza que ha sido la mejor escuela del carácter del hombre. (Malinowski, 1948/1985, pp. 101-102)
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Malinowski, B. (1948/1985). Magia, ciencia y religión. Barcelona: Planeta-De Agostini.