¿El ocaso del priming social?

Durante las dos últimas décadas, la psicología social ha sido un hervidero de incesantes descubrimientos, cada cual más sorprendente que el anterior. Juzguen ustedes mismos. Utilizar palabras relacionadas con la tercera edad nos hace movernos más despacio. Al ver el logo de Apple repentinamente nos volvemos más creativos. Rendimos más en una prueba de cultura general si antes hemos pensado en un catedrático universitario. Es más probable que nos prestemos voluntarios a participar en un estudio de psicología si justo antes hemos tocado un osito de peluche… Estos y otros experimentos similares vendrían a confirmar la omnipresencia de lo que se ha venido a llamar priming social: la fuerte influencia que, conforme a esta literatura, ejercen sobre nuestra conducta claves sutiles, por mecanismos que escapan a nuestro control consciente.

No es extraño que este tipo de resultados se haya abierto camino rápidamente en los manuales de psicología social y que actualmente se expliquen en cualquier curso universitario sobre la materia. Se trata de hallazgos interesantes e incluso perturbadores. Sin embargo, el adjetivo que mejor los define es “sorprendentes”. Primero, porque cuestionan nuestra concepción general sobre qué determina nuestra conducta y qué papel juega la voluntad consciente en ella. Y, segundo, porque aunque en el área de la psicología cognitiva también se han encontrado diversos ejemplos de priming, estos fenómenos casi siempre tienen un efecto pequeño, breve y sumamente efímero. Por ejemplo, resulta más fácil reconocer que la palabra “león” se refiere a un animal si antes hemos sido brevemente expuestos al nombre de otro animal. Sin embargo, pequeñas alteraciones del procedimiento experimental son suficientes para que esos efectos desaparezcan. A la luz de lo difícil que es observar el priming semántico o afectivo en el laboratorio, los experimentos que documentan que observar el logo de Apple o tocar un osito de peluche pueden influir en nuestra conducta social parecen sencillamente extraordinarios. Y ya se sabe lo que sucede con las afirmaciones extraordinarias: que requieren pruebas extraordinarias.

¿Demasiado bonito para ser cierto? Varios estudios realizados en los últimos meses así lo sugieren. La polémica sobre la credibilidad de estos resultados se desató cuando Doyen, Klein, Pichon y Cleeremans, de la Universidad Libre de Bruselas, publicaron en PLoS ONE un breve informe en el que describían dos experimentos en los que no habían conseguido replicar un famoso ejemplo de priming. Cuando apenas se ha calmado el revuelo causado por aquel artículo, PLoS ONE publica ahora un estudio similar de Shanks, Newell y colaboradores que echa otro jarro de agua fría a los investigadores del llamado priming social. En esta ocasión se han realizado nada menos que nueve experimentos en los que se intentaba replicar, sin éxito, otro estudio particularmente popular. El dudoso honor le ha correspondido esta vez al hallazgo de Dijksterhuis y van Knippenberg de que las personas puntúan más en una prueba de cultura general si antes han pasado un tiempo pensando en un profesor universitario que si han estado pensando en un grupo de hooligans.

A la publicación del artículo de Shanks y colaboradores le ha seguido una agria polémica, desgraciadamente similar a la que tuvo lugar en ocasiones anteriores. La reacción de Dijksterhuis ante estos resultados es ligeramente más diplomática, pero en lo sustancial se diferencia poco de la defensa que Bargh hizo de sus propios experimentos cuando fueron cuestionados por Doyen y colaboradores. También en esta ocasión, Dijksterhuis achaca la divergencia de resultados a “los extremadamente poco profesionales” experimentos de Shanks, a los que califica de “sub-standard”, y a la posible existencia de moderadores (aún desconocidos) que tal vez estén determinando si el efecto se observa o no. No han faltado tampoco en esta ocasión los habituales ataques a la política de revisión de PLoS ONE. Dijksterhuis ha señalado también que el efecto de priming de conductas inteligentes se ha replicado en numerosas ocasiones.

A mi juicio, una de las intervenciones más destacadas en este debate se la debemos a Gregory Francis, que recientemente ha publicado una nota en el foro de PLoS ONE cuestionando la integridad de las publicaciones originales sobre el priming de conductas inteligentes. Aplicando un sencillo análisis, Francis observa que la potencia estadística de los experimentos originales de Dijksterhuis es relativamente baja, en torno a un 50%. Esto supone que aunque el efecto existiera realmente, uno sólo esperaría observarlo realmente en aproximadamente la mitad de los experimentos realizados con esa potencia estadística. Sin embargo, en el artículo original de Dijksterhuis y van Knippenberg el efecto resultó ser significativo en los cuatro experimentos que allí se publicaban. Respondiendo a la pregunta de más arriba, estos datos son demasiado bonitos para ser ciertos. Esto no quiere decir que los autores hayan mentido sobre los resultados, pero sí invita a sospechar que o bien los experimentos en los que no se observaba el efecto no se publicaron o bien que en el análisis de los datos se utilizaron diversas estratagemas que sabemos que aumentan la posibilidad de obtener un falso positivo.

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Doyen S., Klein O., Pichon C.-L., & Cleeremans, A. (2012). Behavioral priming: It’s all in the mind, but whose mind? PLoS ONE, 7, e29081.

Shanks, D. R., Newell, B. R., Lee, E. H., Balakrishnan, D., Ekelund, L., Cenac, Z., Kavvadia, F., & Moore, C. (2013). Priming intelligent behavior: An elusive phenomenon. PLoS ONE, 8, e56515.

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