La psicología es una ciencia joven, pequeña, de las que plantea cuatro preguntas por cada respuesta (siempre tentativa) que proporciona. Sin embargo, también es una gran ciencia, única, llena de paradojas, con infinitas aplicaciones tras cada minúsculo avance. Una de sus peculiaridades más atractivas es que tiene algo que decir sobre casi cualquier cosa. Nada humano le es ajeno.
Ni siquiera la propia ciencia en sí queda más allá del alcance de los psicólogos. Entre otras muchas cosas, la psicología estudia cómo percibimos la realidad, cómo aprendemos sobre ella y cómo la explicamos. Son esas precisamente las tareas que realiza cualquier científico, especialista en la disciplina que fuere: observar, aprender y entender. Por supuesto, que el conocimiento del científico va más allá del conocimiento humano común. (De lo contrario, no nos costaría tanto aprender matemáticas, física o biología en la escuela.) Pero no hay ninguna razón para creer que las investigaciones psicológicas sobre cómo funciona la mente humana no puedan ayudarnos a entender mejor cómo funciona la mente del científico.
Desde hace varias décadas, algunos psicólogos vienen hablando de lo que se denomina psicología de la ciencia: una nueva área que pretende utilizar todo el arsenal metodológico y teórico de la psicología moderna para entender y favorecer el pensamiento científico. El último número de Current Directions in Psychological Science, nos ofrece una breve pero interesante introducción a esta disciplina.
En este artículo, Feist (2011) nos presenta varias facetas de la psicología de la ciencia. Una de las contribuciones más significativas es que los procesos estudiados por la psicología cognitiva (tales como la resolución de problemas, los sesgos de confirmación y pensamiento analógico o metafórico) nos pueden ayudar a entender mejor el pensamiento científico o al menos a describirlo de una forma acertada. Lo cierto es que la breve revisión de Feist no proporciona muchos detalles al respecto. Sin embargo, en un artículo muy anterior de Tweney (1998), al que Feist hace referencia, sí podemos encontrar ejemplos detallados de lo que puede ofrecer esta psicología cognitiva de la ciencia.
En uno de los estudios relatados por Tweney, se pidió a un grupo de científicos que investigaran las leyes que determinaban cómo el movimiento de una serie de partículas que aparecían en la pantalla del ordenador se veía influido por la presencia de varios objetos geométricos. Los participantes podían realizar experimentos ficticios para explorar estas leyes lanzando partículas contras los objetos. Contra todo pronóstico, encontraron que en las primeras fases de sus investigaciones los científicos caían recurrentemente en lo que los psicólogos solemos llamar sesgo de confirmación: se centraban más en hacer experimentos que pudieran demostrar que su teoría era cierta que en experimentos que pudieran falsarla. Aunque en la psicología cognitiva se lo suela considerar un error (de ahí el nombre de sesgo), al parecer se trataba de una estrategia muy fructífera para los investigadores, porque les permitía retener y explorar temporalmente hipótesis débiles que si bien podían ser falsadas en poco tiempo, proporcionaban claves para encontrar las teorías correctas. Los buenos científicos, primero hacían todo lo posible por confirmar sus teorías y sólo después pasaban a intentar falsarlas. En otras palabras, es bueno comenzar por tener la mente abierta, pero la ciencia no avanza sólo con eso: se requiere un pensamiento más crítico a medida que se acumula la evidencia.
Tweney también nos proporciona ejemplos de psicólogos cognitivos que han diseñado programas de inteligencia artificial que pretenden simular la conducta y el pensamiento de los científicos. Estos programas funcionan como un solucionador general de problemas. Representan el problema científico como un espacio multidimensional. Las herramientas del científico serían un conjunto de operadores que permiten moverse por ese espacio y encontrar la solución al problema por medio de un análisis de medios y fines. Lo curioso del funcionamiento de estos programas es que se parece sorprendentemente a los progresos reales que realizan los científicos que se enfrentan con un problema determinado. De hecho, para poner a prueba estos modelos, lo que hacen algunos autores es contrastar su comportamiento con los diarios que tenemos de científicos famosos, mezclando así psicología, biografía e inteligencia artificial.
Tanto Feist como Tweney se detienen también a presentar estudios descriptivos sobre cómo trabajan los científicos in vivo. En este tipo de investigaciones, los psicólogos observan a los científicos durante sus reuniones y sus experimentos para ver qué tipo de mecanismos utilizan a la hora de generar ideas o ponerlas a prueba. Estos estudios confirman que efectivamente los científicos caen sistemáticamente en algunos sesgos, como tender a conservar hipótesis que pueden considerarse claramente falsadas. Pero también nos proporcionan información adicional sobre cómo surgen las ideas de los científicos. En muchos casos, son intentos de dar sentido a patrones de datos inesperados. En otros casos, se basan en analogías con otros procesos cuyo funcionamiento ya conocían. Este tipo de estudios puede resultar muy revelador tanto para encontrar fallos corregibles en el trabajo cotidiano de los científicos como para consolidar las prácticas que sean más productivas o que conduzcan a una mayor creatividad.
La psicología de la ciencia no termina con este tipo de contribuciones. Según Feist, también la psicología del desarrollo, la psicología educativa o la psicología de la personalidad, entre otras, pueden proporcionar ideas novedosas, ya sea para entender cómo piensan los científicos o para favorecer el desarrollo de las habilidades científicas en niños y adolescentes. Por ahora se trata sólo de ideas relativamente fragmentarias que tendrán que demostrar su valía estimulando nueva investigación y proporcionando teorías que nos permitan entender mejor cómo funciona la ciencia. Pero se trata ciertamente de un enfoque prometedor. Quién sabe si la psicología de la ciencia no nos ayudará a hacer de la propia psicología una ciencia mejor.
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