En uno de los experimentos más famosos de la historia de la psicología, Walter Mischel les planteó a un grupo de niños un serio dilema. Les preguntó si preferirían comer un marshmallow (vamos, una nube de toda la vida) o un pretzel. Si el niño elegía la nube, Walter le decía a continuación que tenía que salir un momento del despacho y que si podía esperar unos minutos, a la vuelta le traería la nube. Pero si no era capaz de esperar, podía llamarle y él vendría en el acto y le traería un pretzel. Es decir, el niño tenía que elegir si quería comer la nube aunque tuviera que esperar a cambio o si quería comer el pretzel inmediatamente. Lógicamente algunos niños se rindieron a la tentación de coger el pretzel y otros fueron capaces de esperar. Lo interesante es lo que esta sencilla decisión revelaba sobre el futuro de esos niños. En una serie de estudios, Mischel y sus colaboradores comprobaron que los niños que habían sido capaces de esperar sacaban mejores notas 10 años después, puntuaban mejor en los tests de inteligencia, sus padres los describían más favorablemente, soportaban mejor la ansiedad y el estrés, tenían más habilidades sociales… Un estudio reciente muestra que incluso su índice de masa corporal es menor. ¡Toda una lección sobre la naturaleza humana!
Mientras escribo estas líneas me pregunto qué tipo de niños habrán sido las personas que nos gobiernan y que toman decisiones sobre nuestro futuro. Leo en la prensa, una vez más, que este año no habrá una convocatoria nacional para pedir subvenciones a proyectos de I+D, a la vez que se siguen estrangulando los sistemas de contratación de personal investigador, como el programa Ramón y Cajal o el programa Juan de la Cierva. Comparados con otro tipo de recortes, suprimir el gasto en investigación es terriblemente sencillo para cualquier gobierno. Si se hacen recortes en educación o en sanidad, si se bajan los sueldos a los funcionarios, las calles lógicamente se llenan de gente. Por el contrario, si uno no sólo recorta, sino que aniquila completamente el sistema nacional de I+D, no pasa nada. La sociedad no paga ningún precio a corto plazo. Hay cuatro manifestaciones pequeñitas de jovenzuelos con camisetas naranjas y poco más. Nadie duda de que esta política tenga un coste enorme a largo plazo, pero mientras tanto vamos tirando. No hay que olvidar tampoco que este “sacrificio” resulta tanto más fácil para quienes no comparten los valores de la ciencia. Al fin y al cabo, bajo toda su aparente complejidad técnica, la ciencia se asienta en una idea singularmente sencilla: Valorar más la verdad que la tradición.
Es muy interesante ver que en otros países europeos donde la crisis también está golpeando fuerte, el gasto en I+D no se ha recortado nada e incluso se ha ampliado. Muchos pueden decir que esos países están incrementando el gasto porque les ha ido algo mejor que a nosotros. Pero es difícil no preguntarse si no será que les va mejor porque incrementan el gasto en ciencia. No porque lo incrementen ahora, claro está, sino porque cada vez que en el pasado se han enfrentado a dilemas como estos, sistemáticamente han decidido no poner en riesgo lo que en el futuro pudiera darles de comer.
Los médicos suelen achacar nuestros problemas de salud a la obesidad, el sedentarismo, o el tabaquismo. Muchas de nuestras enfermedades se deben a la simple incapacidad para sacrificar el placer inmediato en favor de la salud futura. Me pregunto cuál de estas enfermedades matará a nuestro país.
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Mischel, W., Ebbesen, E. B., & Zeiss, A. R. (1972). Cognitive and attentional mechanisms in delay of gratification. Journal of Personality and Social Psychology, 21, 204-218.
Mischel, W., Shoda, Y., & Rodríguez, M. L. (1989). Delay of gratification in children. Science, 244, 933-938.
Schlam, T. R., Wilson, N. L., Shoda, Y., Mischel, W., & Ayduk, O. (2013). Preschoolers’ delay of gratification predicts their body mass 30 years later. Journal of Pediatrics, 162, 90-93.